lunes, 6 de febrero de 2012

Allá


Curva torcida como carretera, igual de andante y deseosa de incrustar su blancura en las cuencas de mis ojos. Conmigo el mareo y el rompimiento, el desvanecimiento de los otros, todos en el balanceo, todos esperando. 

Yo que sólo busco mi tierra, mi lugar no reconocido, mis pies y mis sonrisas, las vibraciones de mi ansiedad, de mi emoción, de mis ganas de correr y tirarme al suelo. Mis gritos. Tú, y tus giros de metal, tus iconos falsos y tu cabello real. La gente muda desesperada pero sonriente. Más y más chocolates. Destiempo.

Olor costero imaginario, las gaviotas y su excremento fantasma, y aquel joven underground que nadie puede leer, todos los sujetos que pueden caber aquí, todos míos y yo sin saberlos. Absórbeme ya, bello río de las calles Quay. Aliméntame ya, fichita de diez euros por persona, que me lleno de tu 'qué bonita Navidad' y paso sentada el trascurrir de mis procesos de humano.

Viento enfermo, tú fórjame y tergivérsame  a tu manera, allá con las hojas naranjas y mi suelo verde, en el despojo de mi ropa de invierno, en el placer de mis manos entumidas que te abrazan. Aquí en mis ojos cerrados.

Todos nos ocultamos detrás de mi libro en blanco inmortal, de los ojos pantano, de Lucas y los que también se saben aquí. El Phoenix que se aprovecha de mi dispersión, de la casa ajena perdida, de la transparencia del suelo. Obelisco y mapa.

Allá dormimos las nubes, acá una sombra para comer. El anglosajón seducido por los que son como nosotros. Una huída. Una taxi con brazos que toca el timbre, dobla mi cuerpo y me guarda. Y yo te guardo a ti, Éire, aquí en los bolsillos de la playa impermeable que sólo tú y yo vimos, la estampa tuya, los encerrados en la torre de puntas, la cara de cementerio, las uñas que te conservan.

 Acá cerquita me va sintiendo, me va tocando, me quiere.





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